Cultura escatológica en Barcelona

Seguro que si piensas en Barcelona te vienen a la cabeza sus calles, gente y arquitectura, pero los más locales, que conocen las curiosidades de su historia, aún se sorprenden con la cultura escatológica tan arraigada en el lugar. Los elementos fecales, su valor y usos, eran más que valorados en la sociedad años atrás y es que parece que los locales tienen una fijación con introducir estos a sus tradiciones más arraigadas. 

Las tradiciones más escatológicas de Cataluña

Un gran ejemplo de la importancia de la cultura escatológica en tierras catalanas es el Caga Tió. Los regalos de Navidad no vienen bajo el brazo de Papá Noel en Cataluña, los caga un tronco con cara y barretina al que los pequeños alimentan durante toda la temporada. Si nunca has vivido esta tradición en tu propia piel, pensarás que se trata de una simple broma, pero nada más alejado de la realidad. Cuando llega la Navidad, pequeños y grandes se reúnen para pegar a un tronco al que han “alimentado”, para que cague regalos para todos. 

Esta tradición lleva cientos de años pasando de generación en generación y no es el único símbolo que refleja la fijación de Barcelona por los elementos escatológicos. Vemos que tampoco tiemblan al incorporar a su Belén la figura del ‘Caganer’, una figura de un hombre cagando que normalmente se esconde detrás del establo donde nace el hijo de Dios ¿Curioso, verdad? Para conocer la fijación por estos elementos, debemos remontarnos años atrás. 

La cultura escatológica en Barcelona y sus orígenes 

Para poder conocer a pleno detalle la relación de Barcelona con lo escatológico, nos basamos en el libro “Historias de la Historia de Barcelona” de Dani Cortijo, una apuesta segura cuando se quiere conocer las curiosidades que esconden las calles de esta famosa ciudad. Como bien recoge el libro, la fijación del lugar con los asuntos escatológicos es más que sorprendente y se extiende desde la Barcelona del XIX. 

El arte milenario de vender excrementos

Hace más de 200 años, cuando se cerraban las murallas de la ciudad al caer la noche, los habitantes no podrían entrar o salir a placer. Solo había una excepción y eran los carros encargados de vaciar los pozos negros donde se guardaban los excrementos. Los responsables que pasaban por las casas vaciando estos pozos, no se ganaban mal la vida, más bien al contrario y es que los excrementos ganaron valor en la época. 

Ellos no cobraban por recoger estos residuos, al contrario, pagaban a los propietarios para poder llevarse los excrementos y comercializar con ellos fuera de las murallas. Lo vendían a los hortelanos que trabajaban cerca de la ciudad y estos, sí que pagaban por ellos, pues los aprovechaban para abonar sus tierras. Los excrementos humanos abonaban las tierras de manera óptima y los hortelanos conseguían mejores cosechas, por ello, se pagaban bien y los encargados de vaciar los pozos eran incluso privilegiados por el trabajo que hacían. Al famoso refrán castellano de: “la caca, callarla, limpiarla o taparla”, en Cataluña sería: “¡la caca, comercializarla, venderla y abonadla!

Los cacatadores

Sin embargo, esta no era la profesión que más sorprende y es que no todos los excrementos eran de la misma calidad para vender a los hortelanos. ¿Cómo lo comprobaban? Pues los encargados de vaciar los pozos iban acompañados de los catadores de pozos y estos se encargaban de probar la materia para comprobar su calidad y acidez, se le podría llamar “el cacatador”. Según la calidad, se pagaba más o menos al propietario, así que era un tema de interés popular que preocupaba en las casas. Todo el mundo quería conseguir la mejor materia para llevarse una buena recompensa y los hortelanos no tenían problema en pagar de más, para asegurar una buena cosecha en sus tierras. 

Comuna antigua cultura escatológica Barcelona

La evolución de estas costumbres en la ciudad

En los últimos años, la cultura escatológica de Barcelona se ha vuelto más tímida y se han puesto limitaciones en las calles, pero años atrás, había rincones destinados a estas necesidades. Ricos y pobres disponían de comunas, algunas más lujosas que otras e individuales o compartidas, esto está claro, pero era un bien común. Es más, en las casas más pudientes, se usaban las comunas para guardar joyas u objetos de valor y es que los  propietarios sabían que era poco probable que los ladrones se animarán a meter mano en ellas ¡Su “caca fuerte”! 

Baños públicos medievales

Además, los palacios contaban con rincones públicos, por si la necesidad apretaba lejos de casa y había incluso calles destinadas a ello. La sociedad tenía claro que era mejor fuera que dentro y contaban con varios puntos para poder descargar si era necesario. Esto fue así hasta la llegada de Compte d’Espagnac, que quiso eliminar estos lugares públicos, pero sus decisiones no acabaron de encajar con todos. Tanto es así que un hombre de la Calle Mercader se negó a quitar este servicio para los ciudadanos. Esto le costó un buen castigo según nos cuenta Dani Cortijo y es que tuvo que mantener la cabeza dentro de una letrina durante 24 horas ¡Seguro que un buen mareo se llevaría!

Los excrementos y deposiciones eran un objeto de valor en los hogares de Barcelona y los hortelanos conseguían mejores cosechas gracias a ellos. Así que no nos sorprende que incluso los artistas y literarios tuvieran devoción por ellos y les dedicarán algún que otro texto, como “Les Virtuts de Cagar” de Josep Robreño. 

Mirándolo años atrás, la situación resulta totalmente sorprendente y es que nunca han estado tan valorados los excrementos de las personas. Puede que esta cultura escatológica que ahora se traduce en curiosas tradiciones, venga de años atrás, cuando los pozos negros eran moneda de cambio para las familias. ¡Cómo no nos va a gustar la historia! 

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